CASTAÑO SANTO

Un día me acerqué a un viejo y más que centenario castaño. Entre la espesura su tronco destacaba, y sus ramas se extendían en el cielo como si ríos de cristalina luz surgieran de las entrañas de la Tierra y quisieran tocar las estrellas, y alimentarlas, y arrancarles sus secretos. Al verlo no pude evitar caer sobre mis rodillas. Un anciano y sabio espíritu lo habitaba guardando el secreto de los hermanos del bosque, y de las lágrimas de luz que la luna derrama cuando alcanza su mayor esplendor. En su presencia me sentí como un aprendiz que ha olvidado toda pregunta ante el sabio espíritu del tiempo. Y sin poder remediarlo lloré amargamente desatando desde mi interior mis mayores penas, y descubriendo mis mayores oscuridades, las que no me dejan seguir adelante como yo quisiera, las que me ciegan y me impiden por momentos reconocer el camino. Fue entonces que sentí la sonora voz de su silencio, y el hermano árbol, el anciano castaño de viejo y sabio espíritu me preguntó: “Oh, her