A SOLAS CON ABUL BEKA





Hasta cierto punto se movía de manera grácil. Quizá su delgadez, disimulada por el amplio ropaje, le daba ese aire solemne aunque ligero. Cuando se sentó a mi lado parecía conocer ya mi propósito.

“Quieres hacerme unas preguntas”…, dijo. Pero en ese momento las preguntas desaparecieron de mi mente. El silencio brotó como brotan las flores. Y habló profusamente sin decir palabra, como si el silencio en sí mismo fuera una voz dulce, certera y profundamente sabia.

La solemnidad que dibujaba su rostro no desmerecía su mirada. Abul Beka miraba dentro, tan dentro que traspasaba todo interior, y el interior se convertía en profundidad. Y entonces en mí nacían no respuestas sino certezas, conocimiento abrumador que hacía desaparecer toda necesidad de preguntar… pues ya conocía.

Cuando se levantó para marcharse me sorprendió con unas palabras claras que parecían pronunciadas por un poeta. A fin de cuentas, y en cierto sentido, lo que él era: Poeta de la vida y hacedor de caminos.

“Entre aleteo y aleteo en la vida, el hermano verderón y el hermano jilguero se preguntan cuándo los hombres aprenderán el lenguaje de los pájaros. En verdad te digo que si aprendes a oír el silencio y en el silencio tu voz interior, tus pensamientos se convertirán en suave canto, tus sentimientos en trino alegre, y tus pasos en la vida serán como vuelos al amanecer. Y cada amanecer como una nueva vida que comienzas”.

Y Abul Beka se alejó buscando la orilla del río de la vida, camino del Guadalevín.



                                                                    (En recuerdo de Cayetano Arroyo)





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