EL SUEÑO DE ALDEVRÍN




En Cónclave estaban… No, en Cónclave estábamos.
En círculo abierto pero cerrado porque las manos unidas, de largos y finos dedos, eran trenzas de luz emanada de cada uno de ellos.

Y entonces dijimos al unísono: ¡Sea!. ¡Y nazca!.

Y Aldevrín se hizo hombre. La esfera de luz lo envolvió. Y Aldevrín se hizo hombre. No un hombre cualquiera, sino llamado a ser un avatar.

El avatar se llamó Joshua. Y Joshua caminó. Al caminar, las flores crecían a su paso. Y su paso no era lento, sino armonioso y dinámico. Su voz templada como el acero fino, el de cristal que usan los elfos para armarse y alejar a las sombras.

Al dormir Joshua era de nuevo Aldevrín y se volvía aéreo, espigado de finas formas sutiles. Y al despertar, caminaba de nuevo.

Un día Aldevrín abandonó el mundo. Su cuerpo humano y terrenal se detuvo para siempre. Y Joshua dejó de ser lo que siendo no era realmente, un sueño de Aldevrin caminando entre niños, entre flores, entre ríos de rosas y caos, entres truenos y relámpagos, y mares apacibles como cielos azules o estrellados. Regresó a su cielo y desde su cielo contempla el devenir humano.

Un día el Cónclave volverá a reunirse. Y Aldevrín regresará. Será al final del inicio del nuevo tiempo.






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