Entre la espada de acero y la espada de luz me debato.
Entre bosques trazo mi camino siguiendo desfiladeros custodiados por afiladas agujas de caliza, espadas de piedra que penetran el cielo y del cielo toman su alimento.
Sombras, sombras en la espesura, truenos que anuncian batallas perdidas de antemano y soles, amaneceres y arcoiris que anuncian el nuevo tiempo.
Soledad ante el miedo, ante el arrojo y la rabia. Soledad ante el mayor enemigo.
Entre el llanto y la risa me debato. Entre el torreón y la llanura, entre el pecho descubierto y la dura coraza, entre el yelmo y el laberinto dorado.
Páramos, momentos en una huida, momentos en un destierro, momentos...
Sigo el camino por estrechos pasadizos por los que sólo cabe un caballo y su jinete. Caballero del Sol que busca cobijo en el recuerdo, que tiene su espada como su fiel aliada, y en su cruz la rosada flor que ha trazado su destino.
Entre la espada de acero y la espada de luz me debato.
Extendiendo la mano no extiendo la espada. Extendiendo la espada extiendo la espada y la mano. Pero la mano que empuña una espada no puede asir otra mano. Y la rosa roja que brota rota de un corazón herido no puede sembrar su lamento y convertirlo en lágrimas de alegría, ni en serena sonrisa.
Entre el guerrero y el monje me debato.
Tras la fortaleza de los mil años cabalgo, la busco y la encuentro, la siento y la pierdo, la extraño... Horizontes despejados iluminados por el fuego, sombreados por el humo, olor a madera quemada, a llanto...
Templo mi espíritu en cada momento antes del instante en el que la sangre ha de ser vertida. Pero no hay rezo, ni clamor enfervorecido, ni proclama, ni arenga, ni mirada al infinito que colme un espíritu antes de enfrentarse al final más terrible. No hay código de honor ni juramento que llene los espacios vacíos dejados por los muertos. Pero mi búsqueda sigue intacta.
Al levantar mi espada al cielo el sol afila su hoja, y en su hoja su luz brilla como cien soles que nacieran de su acero. Y a Dios pido que al cortar el aire buscando el corazón del enemigo sólo haga justicia divina entre los hombres.
Al bajar la espada al mundo de los mortales acero contra acero, luz contra tinieblas, la mano de Dios empuñando una espada, la espada de Dios en una mano.
Sombras, sombras en la espesura, truenos que anuncian batallas perdidas de antemano y soles, amaneceres y arcoiris que anuncian el nuevo tiempo.
Soledad ante el miedo, ante el arrojo y la rabia. Soledad ante el mayor enemigo.
Entre el llanto y la risa me debato. Entre el torreón y la llanura, entre el pecho descubierto y la dura coraza, entre el yelmo y el laberinto dorado.
Páramos, momentos en una huida, momentos en un destierro, momentos...
Sigo el camino por estrechos pasadizos por los que sólo cabe un caballo y su jinete. Caballero del Sol que busca cobijo en el recuerdo, que tiene su espada como su fiel aliada, y en su cruz la rosada flor que ha trazado su destino.
Entre la espada de acero y la espada de luz me debato.
Extendiendo la mano no extiendo la espada. Extendiendo la espada extiendo la espada y la mano. Pero la mano que empuña una espada no puede asir otra mano. Y la rosa roja que brota rota de un corazón herido no puede sembrar su lamento y convertirlo en lágrimas de alegría, ni en serena sonrisa.
Entre el guerrero y el monje me debato.
Tras la fortaleza de los mil años cabalgo, la busco y la encuentro, la siento y la pierdo, la extraño... Horizontes despejados iluminados por el fuego, sombreados por el humo, olor a madera quemada, a llanto...
Templo mi espíritu en cada momento antes del instante en el que la sangre ha de ser vertida. Pero no hay rezo, ni clamor enfervorecido, ni proclama, ni arenga, ni mirada al infinito que colme un espíritu antes de enfrentarse al final más terrible. No hay código de honor ni juramento que llene los espacios vacíos dejados por los muertos. Pero mi búsqueda sigue intacta.
Al levantar mi espada al cielo el sol afila su hoja, y en su hoja su luz brilla como cien soles que nacieran de su acero. Y a Dios pido que al cortar el aire buscando el corazón del enemigo sólo haga justicia divina entre los hombres.
Al bajar la espada al mundo de los mortales acero contra acero, luz contra tinieblas, la mano de Dios empuñando una espada, la espada de Dios en una mano.
Al camino del guerrero, y a su búsqueda de la Luz caminando
sobre el filo de su propia espada. Y a la victoria de la Luz sobre el acero.
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