Cuando
la mente se detiene en su constante bullir el pájaro de luz del pensamiento más
cristalino aflora y todo se detiene, todo es luz contenida en un instante que
se reconoce a sí mismo como eterno. Y somos eso. Y en ello somos. Y siendo lo
que somos sólo el ánima de luz, la esencialidad del ser, puede expresarse.
En
la mirada al mundo, y que desde el mundo dirigimos a lo que somos esencialmente, el amanecer de
un nuevo día marca el pulso del corazón del hombre. Senderos vividos por el mundo en su propio despertar, ensueños
lúcidos de durmientes caminantes que se sueñan al tiempo que se viven y que se
viven finitos en la eternidad de lo que somos esencialmente. Relojes
caminantes, luminarias que viven su vida buscando la forma de encontrarse y
encontrando en la búsqueda el camino.
En
mi despertar silencioso he explorado fronteras de la conciencia en las que despertar significa morir y morir
despertar. Fronteras y mundos donde lo que somos ahora no es mas que lo que
creemos ser. Fronteras y mundos en los que ser es no ser y no ser es ser lo que
somos en la más pura esencialidad de la existencia.
Somos
luces que, al dirigir su mirada a un mundo de carne y hueso, se han dejado
atrapar por el tiempo y en el tiempo han encontrado la forja de su ego. Y en su
ego la cárcel del pájaro de luz que libera sus pensamientos. Más allá de toda
frugalidad y del otoño que representa el fin de los días y el hecho de
trascender los días… y reconocer el ciclo de muerte y resurrección que
significan, somos lo que Es, porque lo que Es somos, más allá de todo
tiempo y de todo ciclo sujeto a un tiempo.
Cuando
miro a los ojos de la vida frente a frente me pierdo en sus pupilas y en su
iris veo el arcoiris de mi propio camino y de lo que significa trascender y
trascenderse, vivir y vivirse, buscar y encontrarse. Y al verla frente a
frente, frente a frente me veo a mi mismo. Y en cada suspiro del mundo siento mi
suspiro. Y en cada latido del mundo mi propio latido.
Corazón
del mundo que soy. Corazón del mundo que siento en mi pecho. Latidos, pulsos de
la vida, ritmos que acompasan sus pensamientos con los míos, instantes
comprimidos en un punto y puntos que me abren la puerta estelar de los
antepasados que somos.
Y
en el tiempo inexistente me diluyo, me vierto en torrentes de aguas cristalinas
que caen sin cesar de la fuente de las maravillas, aguas de la vida que
amamantan ríos de luz de estrella en estrella y de mundo en mundo, de árbol en
árbol y de hombre en hombre… Y de su agua bebo y en su agua, agua de la luz de
la vida, me regocijo y me encuentro.
Miguel Ángel, somos seres de luz cada vez más cristalina..... Paneo y me dejo mecer por la luminosidad de tu escrito....
ResponderEliminarFlo
EliminarGracias, Flo.