Mis
flores crecen mirando al Sol, haciendo
el camino que conduce desde las raíces hasta el aire más sutil. Y desde el
aire, el sendero del arcoíris que lleva a la casa celestial, donde la luz es la
fuente de la que brota el agua de la vida.
Mis
flores crecen buscando la luz, buscando recorrer el camino sin camino que sin
caminar hacen desde el más fino aroma hasta la plenitud de la luz y el calor,
allá arriba donde el negro se viste de azul y el azul de dorado.
Mis
flores crecen mirando al Sol, haciendo el camino sin camino que recorren
quietas pero siendo fértiles fuentes de color, de amor..., el sostén de la
vida, de la sonrisa, de la tierna mirada, del canto más hermoso, del lenguaje
de las manos que al moverse tejen figuras que hablan, que expresan
sentimientos, que susurran voces del alma porque hablar no es sólo decir
palabras...
Mis
flores crecen como flores que no se marchitan. Al contrario, para ellas fenecer
es renacer y vivir es sentir y ser sentidas, expandirse desde la luz a los
corazones. Y en los corazones florecer de nuevo y dejarse seguir como el camino
sin camino que andar sin andar para volar y trazar el vuelo del alma, el ánima
del corazón, el espíritu de la sonrisa de color y aroma que envuelve a cada
flor.
Mis
flores buscan la luz del Sol y yo me veo en ellas, me buscan y me veo en él, en
la esfera sin tiempo que conduce a la casa de una estrella lejana, pues
hermanadas más allá del tiempo se encuentran. Las flores que caminan vuelven su
mirada hacia ella y la contemplan, cierran los ojos y la escuchan, abren el
corazón y la sienten..., pues dos soles alumbran su vida.
Mis
flores crecen en el jardín del mundo y de la vida, y al crecer y propagarse de
corazón en corazón, mariposas de colores vívidos adornan su mirada y la visión
de un mundo hermoso que ha de ser sentido en y desde el corazón.
Mi
flor más preciada es la flor de la vida y crece volviendo su mirada al
Sol. En su mirada esconde el brillo de
un millar de rosas y el cálido susurro de un amor que todo lo impregna, porque
de todo forma parte y a todo da vida.
Y
tu que me lees, eres también mi camino
al Sol. Y en el Sol, donde los recuerdos se mecen en momentos vividos como
destellos rutilantes que no ciegan, sino que abren la visión más fina y sutil,
encontraremos nuestra más inmediata morada y nos sentiremos uno en el punto y
en la esfera de luz que lo contiene.
En
mi camino de la vida al Sol, de la tierra a la eternidad, del tiempo sin tiempo
que crecer me ha visto haciendo el camino sin andar que conduce al final del
sendero que no existe, me visto de colores, me alumbro con la luz de la vida. Y
giro en torno al gran Padre que me creó, allá en el centro de todo centro,
donde la Luz tiene su morada y de Luz se viste la conciencia.
Y
al llegar aquí, a esta tierra de tiempo e intervalos de suspiros contenidos, de
sonrisas y lágrimas, de vientos y olas, de sueños y calma..., visto mis
pensamientos de luces de colores, de resplandores dorados y de azules, de
azules que bañan todo aquello que miro
y desde lo que me veo.
Mis
flores, que se asoman a través de mis ojos, de las ventanas del alma, para
acariciar y dejarse acariciar por la vida, solo buscan la luz permanente, la
luz de la que proceden, la que no ciega, la luz que nos aguarda y que late
adormecida pero viva en cada corazón.
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