En
las altas montañas, en las cumbres escarpadas, en los picos nevados, en las
profundas llanuras bañadas en sus entrañas por piedras de colores cristalinos,
por aguas que acarician su semblante.
En
las rocas, en las grandes rocas que adornan y recortan el horizonte, en las
cavidades que como vientres custodian a los espíritus del tiempo y de los
antepasados.
En
las vertientes de limpias y frías aguas que bajan raudas a cumplir su destino
allá donde todo es calma o la más rugiente bravura.
Cuando
el ser me lo pide y siento temblar la vida bajo mis pies mis alas necesitan
cubrirse de viento y sonrisas aéreas, de atardeceres y piedras crujientes, de
caminos andados entre la espesura.
Cuando
el ánima me lo pide, porque se siente cansada de los bosques de semáforos y de
los ríos de cemento, me retiro a mis lugares de poder donde los duendes y las
hadas, los antiguos moradores y los sabios espíritus de las montañas custodian
los últimos lugares donde el secreto de la vida aún puede verse en las flores,
en el sol poniente y en la áspera caricia de las piedras.
Donde
moran los espíritus mora mi energía y el cuerpo que la recubre me acompaña en
mis viajes sin destino, sin camino previsto y sin hora de vuelta.
Donde
moran los espíritus mora mi búsqueda y el encuentro de la voz interior que me
dicta en silencio el sendero a seguir.
Donde
moran lo espíritus me esperan con los brazos abiertos, porque allí juego a
detener la mente y parar los pensamientos y a dejarme oír por el que nunca oye.
Donde
moran los espíritus es el hogar del hombre, no el del hombre que se viste de lo
inútil y por lo inútil cultiva el tiempo y pierde la alegría.
Donde
moran los espíritus es el hogar del hombre que se viste de colores, de luces de
colores, con ropajes que se tiñen de malva o de azul claro o de rosa pálido,
según sus pensamientos.
Donde
moran los espíritus me pierdo y me dejo observar por guardianes que me abren
paso y custodian mi camino. Y al final de la jornada, cuando el Sol se apaga, y
los ojos de la vida se encienden en el techo azul con nubes blancas que dibujan
mi semblante, porque en él me veo y en él me hallo, le canto a las estrellas la
gran verdad del viajero: Todo camino se anda bajo el cielo.
Moran en los pliegues de tu piel en forma de elementales, porque te consideran naturaleza.
ResponderEliminarSe han hecho un hueco en la retina de tus ojos para que no los pierdas de vista; En los sueños aparecen como hadas de los bosques y en el aliento, andan disfrazados de fuerza, todo…con tal de que el cemento no nos aleje de nuestra esencia, de su esencia.
…y cuentan que en el corazón tienen palacio montado de oro y rubíes hasta tal punto que dicen que nunca los grandes maestros del espíritu necesitaron lugares en la tierra porque tienen catedrales, en sus confines.
Y hoy me ha dicho la hadita del viento que está justo a abrir nuestros ojos porque hay vergeles que apenas transitan los humanos y ella quiere que conozcamos los jardines del Universo.
¡Que cosas tienen estas criaturas!.
M.
Hermoso..., transpira la inocencia y la luz de quien lo escribe. Gracias, M., ¿Acaso no serás tu un hada?.
EliminarLa inocencia es osar a creer sin ver, y ver sin creer. La inocencia es la resilencia de un alma joven. Dios nos quiere inocentes. Por eso no soy hijo de Dios.
ResponderEliminarL.M.III.V.C.
Y yo Miguel Ángel con tu escrito, sigo como siempre planeando,,, es verdad, despego...
ResponderEliminarFlo