SUEÑO CÁTARO


La cruz de la Occitania o cruz cátara



“Bajaba a caballo desde lo más alto de tan escarpada cumbre. Atrás quedaba un sueño, una quimera, y a la vez una aventura. En la búsqueda de respuestas y en la búsqueda de un camino, mis pasos me llevaron hasta tan formidable fortaleza. Allí vivían los hombres justos. Allí guardaban un secreto.

Mi caballo apenas soportaba el frío, pues duros son los inviernos a este lado de las montañas, cumbres que guardan tesoros, cumbres que protegen guerreros, hombres que empuñan la espada porque la voz se hace ya insuficiente.

En las noches más oscuras, cuando apenas el fuego de la hoguera deja ver las estrellas, los fantasmas de la guerra acuden a mi mente, y cruzados sin piedad cabalgan en mis sueños.

Somos los hombres buenos. Construimos castillos a grandes altitudes como barcos que navegan montañas. Vivimos a ras del suelo compartiendo nuestro sudor con las gentes, sudamos su sudor y ellos sudan el nuestro. Nada esperamos pero todo lo damos.

Poco a poco la nieve comienza a caer y el viento arrecia, apenas puedo ver mi descenso. Si acaso imaginara lo que el destino habría de depararnos... ¿Qué habría hecho entonces?. ¿Qué rumbo habría tomado?. ¿Qué batalla habría librado?. ¿Hacia dónde habría dirigido mi rezo?. ¿Qué hoja afilada habría cortado el viento?. ¿Qué fuego habría encendido antes de enfrentarnos al más cruel fuego?.
Oigo el sonido de los cascos de mi caballo, resbalones, pero paso seguro, inquietud y anhelo. ¿Cuándo regresaré?.

En mi mensaje, el que he de llevar al amigo extranjero, se encierra un secreto, joyas que no lo son, brillos que acarician el alma, guerrero sin miedo que empuña un credo. La guerra no nos hace nobles. La guerra destruye toda nobleza.

Más nieve... el verde se torna blanco y el blanco se torna miedo. Lo que ha de venir será el fin, pero nuestro tesoro seguirá a salvo...”
 


A los pies de Montségur, donde se creía los cátaros custodiaban el Grial

En 1977 visité, por vez primera en este tiempo, el país cátaro. Y, por vez primera, subiría a la fortaleza de Montségur. En aquél tiempo, en aquél mágico mes de agosto, siendo un joven de 16 años, no sabía realmente dónde estaba, ni quiénes fueron los cátaros, ni mucho menos su historia. Mi tía Manuela y mi prima Anita, habitantes de esas tierras, me hablaban de los cátaros (les cathares) y del Grial (le Graal) pero, habitante ya de dos mundos, aún no había sido besado por el espíritu de la mágica historia de los hombres del medievo, y sus andanzas y vicisitudes en pos del más preciado e intangible tesoro. Sin embargo, quedé prendado por el

espíritu de Montségur, la que visité en varias ocasiones a lo largo de los años. Y me traje aromas de ciudades maravillosas como la hermosa Carcassonne, Toulouse, Foix o Mirepoix, y caricias del Langedoc, de la Occitanie. ¡Qué cómodo me siento en esas tierras, a los pies del macizo pirenáico, respirando los aires del catarismo, todavía vivos, los que ellos respiraron...!.
Mientras tanto, mientras sueño sin dormir con una región que despierta al águila que vive en mí, intento recomponer el puzzle de nuestra última visita a Montségur y encajarla en un espacio y en un tiempo en el que no parece encajar. Y así, para mí, el misterio que se cierne sobre el país cátaro y la fortaleza que presenció el fin de los últimos hombres puros se acrecienta..., e intento mirar en múltiples direcciones para comprender cómo se teje lo que llamamos realidad.



Corría el año de nuestro señor de 1244. El mediodía francés se tiñó con la sangre de los últimos hombres buenos. Murieron a espada y fuego a los pies de la “montaña segura”, a los pies de la fortaleza  de Montségur.

Según desde dónde se la mire, Montségur aparece ante nuestros ojos como un galeón de piedra que navega sobre la cresta de una ola de rocas,  adornada con espuma de hayas mecidas por el viento.

Pobres entre los pobres, se llamaban a sí mismo cristianos y custodiaron el mayor tesoro jamás imaginado..., el Grial, el cáliz que el Maestro usó en la última cena, copa de Vida fabricada con la esmeralda desprendida de la corona de Lucifer durante su rebelión.

En el campo de los quemados, donde ardieran los últimos cátaros
Hace muy pocos días volvía a estar ante mis ojos, otra vez como antaño lo hiciera, pero prendió en mi conciencia más fuerte que nunca, como si el espíritu albigense hubiera tomado posesión de mí y me hablara desde el silencio, desde un tiempo lejano y olvidado pero profundamente presente. E imaginé el Grial custodiado en las entrañas del Monte Tabor. Y vi tejados repletos de palomas blancas, como ángeles custodios del mayor secreto jamás guardado.

Fueron los cátaros, los hombres puros, los creyentes, los perfectos, los hijos de la iglesia de los amigos de Dios quienes construyeron esta fortaleza, la cabeza del dragón, un templo solar. Y quienes murieron quemados en el nombre de un dios que nunca encendió la pira de la intolerancia.

Y allí, a los pies de Montségur me pregunté a mí mismo:

¿Qué será de Dios, al final de los tiempos, cuando el recuerdo de los hombres asesinados impunemente se levante de entre sus cenizas, clamando justicia, y le pidan cuentas?. Y le pregunten: ¿Por qué diste poder a quienes crucifican cada día a tu Hijo para justificar sus desmanes?.

Después de tanto tiempo el espíritu del catarismo sigue vivo, a pesar de haber sido asesinado, quemado, silenciado por los siglos de los siglos. Y esto se percibe, se respira, se siente.

Al marcharme, desde el campo de los quemados levanto mi mirada y las hayas apenas me permiten ver la fortaleza. Pero se que está ahí y que en este lugar ardieron los últimos hombres puros.
Con pena, sabiendo que abandono un lugar trágico pero sagrado, triste pero mágico, me susurro hacia mis adentros: volveré.




(Con motivo de la visita realizada en 2005)
  
La cruzada contra los cátaros o albigenses tuvo lugar por iniciativa del Papa Inocencio III, y se desarrolló entre los años 1209 y 1244.








Comentarios

  1. El don de sentir y narrar historias pasadas....
    Yo nací en Carcassonne...
    Un abrazo
    Flo

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    Respuestas
    1. Pues naciste en una tierra mágica y adorable. No sabes lo bien que me siento en esos lares, tierra mía que no olvido...
      Gracias, Flo.

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