SIEMPRE HAY UN MOMENTO




Siempre hay un momento para reflexionar. Siempre hay un momento para detener el tiempo y vivir el ahora, cerrar los ojos y abrir el corazón, inspirar suavemente y acompasar tus latidos con el de la naturaleza, tus ritmos con el ritmo de las nubes, con el del viento que susurra en las ramas, con el trino del pajarillo, con el de las flores que en esta primavera comienzan a brotar... Siempre hay un momento para volver la vista adentro y vernos en la Luz que somos.
Tómate tu momento cada día, aunque sea un minuto de este tiempo escurridizo y frenético en el que creemos.

Tómate un minuto, aunque estés en mitad del asfalto, y mira las nubes, mira los árboles, mira al cielo, sigue el vuelo de las golondrinas y de los vencejos. Detente en tu caminar y contempla, verás cómo todo se detiene en ti. Aunque sea un minuto por cada día, porque recibirás un alimento que necesitas.

Tómate tu tiempo para detener el tiempo. Envejecemos porque hay partículas que transitan por nosotros de forma cinéticamente inestable y sujetas a pulsos vinculados a la estructura de la materia, aunque hubo un tiempo en que no era así. Pero lo que tú eres esencialmente, no es temporal.

Tu naturaleza te permite conectar con la Luz que eres. Y esa Luz se mueve y crece independientemente del tiempo. Eres temporal en tu estructura, pero no en tu naturaleza.
Detente. Para tus pensamientos, pues ellos no son tú.
Mira al árbol que más próximo tengas, inspira profundamente y conecta con él, obsérvalo en su superficie pero siéntelo en su totalidad. Se él, porque él es tú.

Tómate un momento. Permítete un minuto diario de tranquilidad, de silencio interior. Puedes estar en mitad del bullicio, en la calle principal de una gran ciudad... No necesitas estar dentro de una catedral, en la montaña o bajo las estrellas... Solo te necesitas a ti mismo para estar en silencio. Afuera hay ruido, pero dentro debe haber quietud.
Tú eres tu propia catedral. Date un minuto para detenerlo todo dentro de ti.
Te mereces esta simplicidad absolutamente real y necesaria para tu propio equilibrio y naturaleza. Concédetela. Lo necesitas tanto como el árbol necesita el agua y la luz, un suelo en el que sustentarse y un cielo hacia el que extenderse.

Y, cuando puedas, contempla las estrellas. También nos alimentamos del techo bajo el que nos vivimos en este mundo. Las estrellas son nuestro hogar primigenio, y contemplarlas nos conecta con lo que somos, y nos alimenta por tanto a un nivel.
Busca un lugar tranquilo y apartado donde poder pasar unas horas de soledad bajo las estrellas contigo mismo, con tu pareja, o con unos amigos... Comparte esos momentos en los que nos enfrentamos al recuerdo y a la añoranza más primigenios. Traza un círculo y, desde él, mirando al cielo levanta los brazos. Potencialmente eres un hombre/mujer cósmico que reconoce su origen y el hogar de los ancestros, y recibe el alimento de Luz de la primera casa que lo vio nacer como conciencia primera.

No olvides que debes alimentar lo que en verdad eres, para que siga creciendo en ti y vaya ocupando el lugar que le corresponde en cada minuto de cada día de tu vida. 









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