ALEJANDRÍA..., EN MI CORAZÓN





Por las tardes, antes de la anochecida, gustaba de largos paseos por la orilla... Las olas me salpicaban el rostro, y mis pies descalzos, acariciados por la blanca espuma, trazaban caminos, hilos de luz sobre la arena que se perdían en un momento.

En mis largos paseos por las bellas playas de Alejandría, el sol poniente me ayudaba a soñar y la brisa me traía aromas de tierras antiguas y olvidadas más allá de las columnas de Hércules e historias de navegantes que oyeron el canto de las sirenas, o que se enfrentaron a poderosas galernas. Y al mirar al sur, a mis espaldas, soñaba con las tres montañas de piedra, con océanos de arena, y con el río de vida que dibuja su silueta en el cielo estrellado, el que serpentea entre las dunas, el que bañó de conocimiento a la más grande civilización jamás habida.

Aquellos paseos en soledad a la atardecida de cada día fueron mi fuente de inspiración, el bálsamo que necesitaba para aquietar mis pensamientos y mis incertidumbres. Y aquél mar, el espejo donde tantos se miraron y donde yo me miraba.

Fue un soplo de luz lo que llegó hasta nosotros. Alejandría, la virtuosa y la sabia, la soñadora y la herida.

Bajo su cielo estrellado el tiempo parecía no transcurrir, y el eco de nuestras voces rompía por momentos el ágora. Preguntas, respuestas, certezas, incertidumbres, silencios atronadores, palabras silenciosas, deseos de saber y comprender.

Hacia mucho tiempo que el faro no era lo que antaño fuera, y nuestras largas disertaciones con aprendices y maestros serán recordadas por mucho tiempo. Los amigos siempre lo fueron porque fueron hermanos de inquietudes y conocimientos, hermanos unidos por el más puro afán por saber, por comprender. Y el amor por el conocimiento nuestro principal lema.

Alejandría, la grande, la hermosa, la que se baña en el mar más rico y sabio de todos los tiempos..., no te olvidaré.














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