LA GRAN OPORTUNIDAD (III)




DIA SEGUNDO (DEL CENTRO Y DE LA VIDA)



El centro es la vida…
Yo me esforzaba por comprender. Quizá aún era muy temprano para meditar, pero no podía dejar de preguntarme y mantener, por segundos, el silencio interior que antecede a la respuesta buscada, mas la respuesta no venía. Afortunadamente el sol naciente me miró de frente y me dijo:

-          “Yo no soy el Centro, pero acojo al Centro”.

Su voz me inundó de calor. En este frío amanecer resultaba algo más  que agradable que el Sol se dignara mirarme, hablarme. A fin de cuentas, era el Padre Sol levantándose e iluminándome con su más temprana energía.

-          “¿Cómo dices acoger al Centro y no ser él?” – le pregunté casi instantáneamente-.

-          El Centro –me dijo- es lo único. Es la fuente de todas las fuentes. Es el origen del círculo. El punto no es la esfera, aunque la esfera es punto de otras esferas. Así pues, siendo yo la vida no soy el origen de la vida.  Conteniendo al Centro no soy su origen. En verdad te digo que aquél que mira a su alrededor se convierte momentáneamente en centro de lo creado, todo aquél que vive forma parte esencial de la vida. Mas si todo es vida, si todo es centro, todo contiene todo. Si el Todo contiene a las partes, cada parte contiene al Todo.
Hija Rosa –añadió tras esbozar una serena sonrisa-, si necesitas un espejo donde mirarte es porque aún no has aprendido a mirarte, ya que todo aquél que mira hacia afuera no mira sino hacia dentro, todo aquél que mira hacia dentro no mira mas que hacia afuera. Porque continente y contenido se abrazan en el abrazo de la vida.”

-          “En el abrazo de la vida…” –susurré-.

Un suspiro fue lo último que oí del Padre Sol. Una nube lo ocultó para sí deseosa, sin duda, de su saber y energía. Aproveché la ocasión para mirar nuevamente en torno mía. Distinguí, muy cerca de mí, a la Hermana Margarita. Algo más allá al Hermano Romero, y al Hermano Tomillo. La Hermana Lavanda estiraba su cuello intentando sobresalir en la espesura. El Hermano Musgo descansaba plácidamente en su duro lecho de roca. Y mientras, yo contemplaba asombrada la diversidad de la vida. La vida… Todo parecía sembrado a mi alrededor como por una mano invisible y todopoderosa. Todo cuanto me rodeaba estaba impregnado de la energía más poderosa que pueda existir: la energía de la vida. Y yo no podía ser ajeno a esto. Yo formaba parte de la vida, y su propia energía era mi energía.
Sentí entonces la mirada penetrante de unos ojos grandes y sabios. Sin haberme dado cuenta había estado pensando en voz alta y la Hermana Lechuza, a la que yo no había visto, me observaba reposadamente desde una cercana roca.

-          “No he podido evitar escucharte, Hermana Rosa. Por eso déjame decirte que tú no solo formas parte de la vida sino que, siendo expresión de la misma, eres la propia vida. Por eso sientes, vibras, sufres, deseas… Por eso estás aquí, formando parte indispensable del magnífico jardín del mundo. Contéstame a una pregunta: ¿Qué te gustaría hacer, por encima de todas las cosas?.

-          “Me gustaría volar –le dije-, para ver más allá del mágico círculo de mi horizonte”.

-          “Los seres –prosiguió la Hermana Lechuza- no solo son lo que hacen, sino también lo que desean, y lo que temen, lo que piensan, y lo que sienten. Es posible que tú seas un pájaro con forma de rosa, como eres fragancia en forma de flor. Te aseguro que si pones todo tu empeño, si usas toda tu confianza, si concentras toda tu fe, volarás cual rosa con alas, despertarás al pájaro que vive en ti. Y yo puedo ayudarte, porque no he venido en brazos del Hermano Viento, sino de la mano de la Hermana Conciencia (la dueña de la voz interior).”

-          “¿Quieres decir que…?.”

-          “Quiero decir que he llegado hasta aquí con toda la conciencia de la que soy capaz, porque sabía que tú estabas aquí.”

Ciertamente, no salía de mi asombro. ¿Qué hacía aquí, a esta hora del día, la Hermana Lechuza?. Por eso le pregunté:

-          “¿Qué haces aquí, ave nocturna bañada en sol?”.

-          “Mis alas no tienen día ni tienen noche. Mi espíritu, que como el espíritu del viento me lleva de un rincón al otro de mi ser, no tiene Sol ni tiene Luna, porque soy hija de la vida. ¿Desde que amanece hasta que se pone el Sol, cuántos seres desfilan por el horizonte de la vida?. ¿Y cuántos desde que anochece hasta que el Sol sale?.  
Si el día y la noche son hermanos siameses de la vida. Si la Tierra gira sobre sí misma y, al hacerlo, te habla de la rueda de la vida. Yo me declaro hermana de la vida y eje de su rueda. Así que no soy yo quien va o quien viene: soy llevada y traída por la mano de la vida.”

Tras una silenciosa pausa, la Hermana Lechuza se marchó. El Sol, adormecido, se reclinaba ya sobre el horizonte. Poco a poco el ojo del espíritu se cerró, y la noche cayó como cae el telón de la vida.




                                                                                     (Continúa)







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