LA GRAN OPORTUNIDAD (II)





DIA PRIMERO: DE LOS ELEMENTOS



Despunta el Sol por el llano horizonte. Como un tremendo ojo de luz, que se abre y despereza, levanta la vida por la circular línea del infinito. Y el verde prado comienza a secar sus lágrimas de rocío.

Despliegan sus pétalos-brazos las innumerables flores. Se extinguen las tímidas pupilas estelares. Y los pajarillos empiezan a interpretar la siempre hermosa sinfonía de la vida.

Amanece. Ha nacido el día.

Es un gozo estirar mis pétalos nada más sentir esa cálida sensación de vida que me acaricia todas las mañanas. Poco a poco, lentamente, abandono mi centro y me ofrezco a la luz, a la inagotable fuente de vida y de conciencia. ¡Ah..., el Sol!.

¡Cómo amo la vida!. Que feliz soy cuando me siento zarandeada por el viento, acariciada por el aire. ¡Que infinitud de olores!. ¡Que universo de fragancias...!. Que si huele a pino. Que si huele a romero. Que si el polen de las rosas... Y las abejas... ¡Cómo disfruto de esas cosquillas inevitables que contribuyen a expandir mi vida!.

Las abejas, el aire, el Sol... ¡y la lluvia!. ¡Que delicia de aguanieve!. ¡Que chaparrón de agua cristalina (como vida llovida del cielo)!.

El Sol, el aire, el agua... ¡y la tierra!. No podía olvidar a mi sufrida madre, a mi pobre Madre Tierra, que tiene que ser pisada para que el hombre viva sobre su faz. Como una redonda madre que soporta todo con infinita paciencia, y a cuyas entrañas yo me agarro con las tímidas garras de mis raíces.

¡Oh, Madre!. Cuando siento esa energía que sube desde tu corazón, a través de mis raíces y mi tallo (explosionando en mis pétalos al fundirse con las energía del Padre Sol), no me siento flor, quizá me siento todas las flores, todas las plantas, quizá toda la Naturaleza.

¡Oh, Madre Naturaleza!. Me adivino como un insignificante cabello perdido en tu inconmensurable cabellera cósmica.

¡Oh, Madre Naturaleza!. Me siento como una ilusoria flor, crecida en la más real de las ilusiones creadas.

¡Oh, Madre Naturaleza!, que vives a través mío, que vivo gracias a ti, aún no comprendo por qué el hombre se esfuerza en negarte continuamente, como si su vida no dependiera de ti, como si lo hubiera parido otra Madre.


Aquél primer día el Hermano Viento trajo hasta mis floridos oídos el bello canto de un pajarillo. Podía distinguir en él la alegría de quien le canta a la libertad, la armonía de quien puede estar en el cielo y en la tierra sin perder el equilibrio. Muy poco tardó en llegar hasta mí tan volátil cantor.

-         “¿Cómo estás, Hermano Verderón?” –le pregunté-. Y me dijo:

-         “He ofrecido mis alas y mi destino al Hermano Viento. Me he dejado arrastrar por él hasta donde quisiera llevarme, poniéndome en manos de la Vida. Y a tu presencia me ha traído. ¿Quién eres tú, Rosa de los vientos, que tu perfume destaca entre los perfumes?. ¿Quién eres tú, Rosa de la Vida, hermosa criatura plagada de espinas?.

Dicho esto aquél relámpago verde, vestido de plumas, levantó el vuelo y se marchó.

El Hermano Verderón me planteó unas simples, pero muy sabias, incógnitas. La mano de la vida le trajo hasta mí, y la Madre de todas las madres habló a través suya. Aún recuerdo el murmullo de sus alas (se me antoja como el sabio susurro del aire de la vida).

Volar..., ¿puede volar una flor?. ¿Puede una rosa levantar el vuelo?. Apenas tuve tiempo para reflexionar. El fuerte viento reinante arrancó uno de mis pétalos ,y yo sentí cómo se me desgarraba un pedazo de mi ser. Mas no podía llorar, pues las lágrimas de rocío tienen su momento.
Con el llanto contenido miré a mí alrededor. Contemplé a la Hermana Oruga, entretenida en devorar las hojas de la Hermana Higuera. Contemplé al Hermano Saltamontes, empeñado en saltar por encima de todas las cosas. Escuché al Hermano Trino, canto lejano y desconocido, cabalgando en el viento.
Todo se movía a mi alrededor. Nada parecía estar quieto. Ni siquiera las nubes descansaban en el cielo.

La mañana pasó de largo. La tarde tenía mucha prisa. Pronto llegó la noche, y yo me replegué sobre mí misma.

En cierta ocasión la Hermana Mariposa me dijo que el centro es la vida. Y que por eso yo debía recogerme en mí misma cada noche de mi vida. Y en ese recogimiento, esa noche, soñé que era pájaro.




                                                                                                                 (Continúa)








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