Sin lugar a dudas no es, como postulaba la histórica publicación “Mundo desconocido”, el enigma número uno de la ciencia moderna. Pero es, inequívocamente, uno de los mayores misterios de todos los tiempos: Los ovnis, el fenómeno ovni, es la gran incógnita.
Tiempo atrás mirar al cielo era un acontecimiento casi mágico, rodeado de admiración y esperanza, a veces de miedo y devoción. El hombre primigenio contemplaba al firmamento sin saber que en él estaba el origen, su propio origen, y el origen de toda vida en este planeta. Por extensión y añadidura la vida en la Tierra tiene un origen extraterrestre, lo que nos convierte a todos en una suerte de viajeros planetarios sembrados desde las estrellas. ¿Cómo cuestionar entonces la existencia de vida allende nuestra frontera espacial?. ¿Cómo dudar de la universalidad del fenómeno de la vida?.
A veces se me antoja nuestro planeta como una tremenda guardería sideral habitada por incipientes seres que intentan convertirse en humanos verdaderamente adultos, humanos desposeídos de todos aquellos atributos que nos alejan del respeto a los más fundamentales derechos: la vida, la libertad de conciencia y expresión..., los llamados derechos humanos. Me pregunto cuándo daremos el paso.
Por todo esto, y mucho más, cuando dirijo mi mirada hacia el fenómeno de los ovnis cuido mucho de no proyectar en él los miedos e ilusiones ancestrales de unos monos inteligentes engreídos de sí mismos y convencidos de ser civilizados. Pero quizás ni siquiera descendamos exclusivamente de los primates, o quizás en el intermedio -en algún punto de la evolución del Neardenthal y el Cromagnom- la chispa de la inteligencia diferenciadora nos tocó, sacándonos del atolladero evolutivo, como bien sugería Arthur C. Clarke en su odisea espacial.
Y, a pesar de todo, no puedo evitarlo: ¿Si cuando miro a las estrellas contemplo mi propio origen, cuál podría ser la función y naturaleza de un fenómeno que nos acompaña desde la noche de los tiempos?. ¿Son los ovnis, realmente, objetos no identificados o, por el contrario, son perfectamente identificables como la expresión de una forma de vida foránea pero emparentada con nosotros en alguna medida?. ¿O somos, quizás, nosotros los intrusos, los que hemos llegado después al jardín planetario?.
Pensar en los ovnis, en la experiencia ovni y, por lo tanto, en todo su entramado experiencial, me hace imaginar complejas formas de vida e inteligencia, basamentadas en patrones conductuales, en estructuras de la conciencia completamente diferentes de las nuestras, no sé si más evolucionadas pero, desde luego, muy diferentes.
En la culturalmente aceptada pero imaginaria linealidad del tiempo nuestra existencia apenas ocupa un segundo cósmico. Nuestros antepasados más lejanos caminaron por esta tierra hace cuatro millones de años, sobre un planeta mecido en un universo de 15.000 millones de años. Apenas representamos un suspiro de la galaxia que nos acoge. Somos niños jugando con neutrones. ¿Qué puede haber sido de civilizaciones mucho más ancianas que la nuestra?. ¿Dónde se encontrarán con respecto a nosotros?. ¿Seremos de su interés, o el virus de la mayor de las ignorancias nos mantiene en una urna de cristal aparentemente abiertos al universo pero observados con sigilo, no sea que demos el salto estelar y exportemos el mal de la intolerancia?.
En cualquier caso, creo que ha quedado completamente claro, que asumo la existencia de los ovnis como la de un fenómeno real, total y absolutamente real, pero sometido a parámetros disonantes con respecto a los imperantes en lo poco que conocemos de nuestro más inmediato universo. No basta con decir, como así creo, que los ovnis podrían tener un origen inter o ultradimensional, tenemos que desentrañar sus más hondos misterios: por qué están aquí, cuál es su propósito, que relación mantienen con nosotros, cómo están diseñadas las estructuras de las mentes que lo gobiernan, qué tienen que ver con el mundo de los mitos, leyendas y religiones...
Asumir la existencia de los ovnis como la de un fenómeno real es asumir un eje de coordenadas diferente que define lo posible y lo imposible, lo verosímil y lo inverosímil, de manera distinta; no en vano nos plantea obligadamente asumir un concepto heterogéneo, ampliado quizás, de lo que llamamos mundo real. Así el sistema de creencias se tambalea por un lado, alimentándose y regenerándose por otro. Huyendo de la idea de trocar los ángeles custodios por los hermanos extraterrestres, la idea de una religión cósmica que acerca al hombre al universo comienza a instaurarse, a veces de la mano de dudosos contactados y otras al paso de incansables buscadores de una verdad que les lleva a sentirse ciudadanos del mundo y, por ende, del universo.
¿Dónde enmarcamos el fenómeno de los ovnis?. ¿En el ámbito de los hechos?. ¿En el ámbito de las creencias?. ¿Quizás en el de los hechos y las creencias?. En cualquier caso, no dudamos en definir el fenómeno ovni como un acontecimiento con implicaciones físicas y suprafísicas, psíquicas y espirituales, sin olvidar el indiscutible fenómeno psicosocial que representa. Un fenómeno que afecta de muy peculiar manera a la conciencia, instaurándose como un modificador de la misma.
Con el paso de los años, supone adquirir una peculiar perspectiva del mismo intentar desproveerlo de toda fenomenología con el propósito de leer en el fondo del fenómeno trascendiendo la forma. Es posible que, en un alarde de la más cósmica prestidigitación miremos en la dirección equivocada, y confundamos la forma con el fondo, lo aparente con lo real. A fin de cuentas la conciencia, en una de sus incontables concepciones, es un cristal múltiplemente facetado a través del cual miramos confundiendo las deformaciones cristalinas con la realidad del otro lado.
Personalmente he apostado por mirar al fenómeno ovni desde el interior y desde la periferia, observando al tiempo que me implico, aproximándome para después adoptar la distancia suficiente que me permita sacar conclusiones sobre el mismo y sobre mí mismo con respecto a él. Asumiéndolo como una sana obsesión generadora de dudas pero liberadora de la mente, constantemente miro al cielo convencido de que, en cualquier momento, “ellos” pueden estar ahí.
Comentarios
Publicar un comentario