UNA EXPERIENCIA CON LOS CÍRCULOS DE LOS CEREALES

La extraña singularidad que suponen los círculos de los cereales está fuera de toda duda; sobra valorar teorías que vengan más que a explicar a sugerir calma básicamente porque todo cuanto acontece en el mundo debe tener lugar en el contexto de lo conocido y previsible. Los círculos de los cereales son pues, para mí, una extraña singularidad que nos viene a recordar que vivimos en un mundo fantástico y desconocido del que participan factores, elementos, que escapan momentáneamente quizá del control del hombre y de su ciencia. Sabemos que no todos los círculos son “auténticos”. Pero también sabemos que “los otros”, forman parte del universo inexplicado.

Me topé con este fenómeno hace unos quince años. Sin haberlos visto nunca en vivo y en directo la experiencia de un buen amigo con los círculos fue para mí demoledora y, al mismo tiempo, reveladora. Agustín Amaya, mi amigo, estableció una extraña y desconcertante relación. Los círculos irrumpieron en su vida incluso mucho antes que él supiera de su existencia, mucho antes que se hablara de ellos en los medios de comunicación. Y de su experiencia, como muchos otros, yo fui testigo, y puedo dar por tanto fiel testimonio de su veracidad.

En 1979 Agustín era un joven que en absoluto se salía de la normalidad. A sus diecisiete años comenzaron a aflorar sus más íntimas inquietudes, las que desde entonces ha venido alimentando intentando dar respuesta al por qué de la existencia del ser humano. Un buen día, mientras dejaba pasar el tiempo trazando algunos garabatos sin sentido sobre un papel, descubrió que había dibujado algo que le llamó poderosamente la atención. Una forma compleja y geométrica aparecía ante él, le gustaba, le llamaba la atención, le atraía. Y hasta tal punto llegó esa atracción que, entre otras cosas, con sus ahorros de adolescente hizo que le fabricaran un llavero en plata con el signo en cuestión. Y posteriormente, en oro, un colgante que aún lleva pendiendo del cuello, treinta años después. Pero aquello pasó sin más. A fin de cuentas solo se trataba de un joven que hizo un dibujo, fabricó un llavero, y anduvo reproduciendo ese dibujo sobre cada superficie de papel que encontraba. En 1992 me contaba lo que hasta ese momento era simplemente una peculiar singularidad, y me mostraba el dibujo, y el consiguiente llavero en plata.


La sorpresa hubo de llegar años después. En julio de 1995, en Winterbourne Bassett (Wiltshire), Reino Unido, el dibujo que Agustín Amaya realizara en 1979, y yo pudiera ver en 1992, apareció impreso en un campo de cereales. ¿Pero cómo era esto posible?. El diseño de Agustín guarda una importante complejidad que obliga a descartar la mera casualidad. ¿Y entonces cómo es posible tamaña “coincidencia”?.

Esto me hizo valorar un caso acontecido en julio de 1991, en Grasdorf, Alemania. Bajo un agrograma de descomunales proporciones alguien, valiéndose de un detector de metales, encontró bajo tierra un vetusto medallón en el que se representaba un diseño igual al agrograma bajo el que se encontraba. A todas luces fruto de una experiencia previa, y cuando menos muy similar, a la de Agustín. ¿Pero qué estaba pasando entonces?. Además, el testimonio de Agustín venía a avalar el hallazgo de Alemania y, a la vez, este avalaba la experiencia de Agustín.
¿Pero qué es lo que sucede realmente con los círculos de los cereales?. ¿Cómo es posible que Agustín Amaya haya dibujado un agrograma que aparecería casi treinta años después en el Reino Unido?.

Las sorpresas habrían de continuar. Interpreté que, de alguna forma, algún tipo de “información”, podríamos decir cifrada bajo la forma de símbolos o que se traducía en símbolos, estaba siendo transmitida a los seres humanos o a alguna parte de ellos, de manera subliminal y silente. Y que Agustín había jugado el papel de receptor que exterioriza esa “información”. Y que la misma fuente origen de esa “información” habría de haberla plasmado en los campos de cereales años después.
¿Pero qué “información” se nos estaría transmitiendo?. ¿Tienen esos símbolos capacidad propia para modificarnos de alguna manera y a algún nivel?. ¿Y quién transmite esa “información”?. Y por otra parte, esto podría estar sucediendo aún.

Tiempo después, a finales de 2001 o principios de 2002, y en base a este último planteamiento, surgiría la idea de intentar crear una base de datos de diseños que, solicitados por Internet a quien pudiera estar interesado, nos permitiera comprobar si el fenómeno podría darse de nuevo. En definitiva, se pretendía que la gente se relajara y realizara un dibujo, nos lo remitiera, y esperáramos a ver qué ocurría, si aparecía posteriormente en los campos de cereales. La realidad es que el experimento apenas fue puesto en marcha, quedando todo en prácticamente nada. Pero un agrograma aparecido en el mes de julio de ese mismo año en Pewsey White Horse (Wiltshire), Reino Unido, me llamó sorprendentemente la atención. En el campo de cereal había quedado grabado un amonite, un molusco cefalópodo extinto que habitó los mares hace varios cientos de millones de años, con el que está emparentado el actual nautilus.

Cualquiera que visite mi casa podrá ver toda una pared repleta de fósiles, entre los que destacan de muy particular manera los amonites. En aquél tiempo, además, estaba especialmente centrado en ellos, pues los recolectaba con cierta frecuencia, casi me obsesionaban y los adoraba. Por eso, que un amonite apareciera en los círculos de los cereales, como si los círculos respondieran a mi llamada, me dejó un tanto perplejo. Y me hizo preguntarme si el fenómeno me estaba respondiendo de alguna manera.
Sea como sea, y a pesar de todo, mis preguntas sobre los círculos de los cereales siguen sin respuesta, y la experiencia de Agustín Amaya me sigue desconcertando.

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